Wednesday, March 04, 2009

Roxana D`auro..La narradora Platense



Nos conocimos en el último encuentro "bienal e internacional de Escritores,Villalonga 2009"
Bailamos unos tangos,nos reímos mucho,y compartimos desde luego nuestros escritos.
Roxana ganó con el primer cuento(Cada Plazoleta..)la 1º Mención del concurso de Narrativa Leopoldo Lugones.
Con ustedes...Roxana, y que viva el Tango!!!!.


Cada plazoleta en la Ciudad de La Plata tiene un superhéroe

Las mayólicas brillaban como nuevas cada vez que Miguel iniciaba la metódica ceremonia.
Con la fuerza del agua que salía de la manguera, arrastraba el polvo, la tierra y las hojas que cubrían la superficie alrededor de la fuente, una especie de banco circular, o de observatorio estratégico de todas las calles y su caos.
También, implacablemente llevaba la mugre por las hendijas de los baldosones hasta su destino final: la alcantarilla.
Por momentos su mente se disparaba y se creía un superhéroe usando un láser acuático que alejaba de su mundo incólume a los seres que venían de las tinieblas: densas nubes de polvo, ejércitos de valerosas hojas que se amontonaban para sobrevivir y kamikazes boletos que enfrentaban su pecho entintado al líquido ataque.
Su equipo Grafa azul, se transformaba en un mameluco de cuero con sendos bolsillos en los laterales de sus piernas para guardar las pistolas de láser acuático.
“Pif-paf-pif-paf”, con cortos y certeros chorritos despegaba los excrementos de las palomas, y cuando se sumergía completamente en la piel del superhéroe, se animaba con un tiro de tranco largo a darle en el ojo a las tortolitas.“Avería grado 1 en la óptica derecha del transporte aéreo de los seres sombríos”, murmuraba con voz gangosa como un locutor intergaláctico.
El rictus severo de su rostro moreno, se distendía y con la sonrisa entreabierta un disfrute ilegal surgía.
Enfrente, enjuto y asumiendo su rol de guardián del Templo de la Luz, Ramón, su archienemigo lo miraba. Era un mustio empleado de seguridad que atormentaba sus días en la puerta del edificio de Edelap. A veces parecía una columna más de granito gris en la fachada imponente que ostentaba misteriosamente MCMXXVII en la parte superior, junto a falsas columnetas corintias en una gran pretensión de ser lo que nunca sería.
Sus pies morenos de caminar arenas, estaban atrapados en los negros y ajustados zapatos, que clavaban su existencia por horas frente a la vidriera que no exhibía prendas finas y caras, o mononos mueblecitos para armar un rincón donde hacer el amor en un departamento de soltero. La vidriera era un balcón hacia el horror. Permitía ver un escenario lleno de gente enroscándose en una espiral dilatada hasta donde se perdía la vista. Gente que reclamaba luz en sus vidas, que estaba cansada de vivir a tientas en la oscuridad, seres apagados, sin chispa, completando formularios con preguntas inverosímiles como: “¿Quien es la luz de sus ojos?”, o “¿Qué opción preferiría: “A media luz los dos” o “¡Luz, cámara, acción!”? y otras cuestiones irrelevantes por el estilo, que todos denodadamente contestaban a medida que las horas pasaban .
Muchas eran particularmente difíciles y algunos recurrían a la experiencia de Ramón que conocía todas las respuestas correctas para asegurarse el éxito de esta oscura empresa, valga el juego de palabras.
Él ocasionalmente traicionaba a los ineptos y contestaba barbaridades, como aquella que sumergió definitivamente en las penumbras a la señora de Punta Indio. La pregunta era: “¿Cómo explicaría usted la siguiente frase: “hasta que las velas no ardan.”? A lo cual ella contestó, siguiendo las maliciosas instrucciones de Ramón, que las velas no ardían ya que carecían de pasión, y tuvo que iluminar, entonces, su casita con la combustión de bosta de vaca y sus evidentes consecuencias por el resto de su vida.
Ramón envidiaba a Miguel y su soledad, y su amistad con los pájaros de todas las especies, salvo las tortolitas que, ciegas de un ojo se estrellaban en su corto vuelo frente a los vidrios del edificio de Edelap.
Tal vez eso haya sido el puntapié inicial, o la excusa que justificaba a Ramón en su deseo por el dominio del agua y del sol y no de la luz artificial, que todos sabemos es de una categoría inferior. Los pueblos originarios adoraban a Inti, Dios del Sol, pero nunca nadie ha hecho una deidad de una lamparita de veinticinco watts, ni tampoco de sesenta.
Llegó entonces el momento.
El sombrío villano, el portero del vidriado edificio, decidió cruzar la calle evadiendo motos, taxis, bicicletas atrevidas de universitarios guevaristas que sólo respetan el rojo cuando está en la boina del Che, chicos limpiaparabrisas y vendedores de trapos rejilla; y pisando el nuevo territorio, el dominio de las aguas de Miguel, respiró profundamente, sintió otro aire menos enrarecido, otro clima más húmedo, otro sonido más natural y mirando a los ojos a Miguel le dijo:”Deseo el agua”.
Parados y enfrentados los hombres se midieron y atravesaron sus simples almas.
“Yo deseo lumbre”, contestó Miguel y Ramón le encendió el cigarrillo para luego beber de la manguera que lloraba su líquido sobre la fuente.


Rojo

Globo rojo. Pelo rojo. Labios rojos. Roja manzana. Carnes rojas. Ojos rojos. Rojo pasión. Planeta rojo. Sangre roja. ¡Rojos! ¡Colorados! ¡Comunistas! Rojo punzó. ¡Federales! Rojo ladrillo. Tierra roja. Pieles rojas.
Gato rojo.
-¡No! , ése es imposible.
- Te aseguro que Clarita tuvo uno, una vez. Fueron siete, bah, seis.
Uno no era ni rojo, ni gato. Sólo carne deforme, pidiendo permiso para respirar.
Seis entonces. Tres como Clarita, blancos. Dos como el padre, grises. Y uno rojo.
Rojo con ojos verdes.
Rojo con cola corta.
Rojo de pelo suave.
-¡Es una monstruosidad de la naturaleza!, dijo la abuela Berta.
Adoraba las palabras estrepitoso, calamidad, malformación, anomalía. Decía que el sonido de esas palabras era parecido a lo que significaban, y adrede marcaba fuertemente las consonantes o modulaba moviendo la quijada de un lado a otro para que el sonido saliera ondulante, así: descuuaartizaaado.
Mal presagio. Mal agüero. Mal signo.
-Mal sería que te quedes con ese rojo gato, sentenció Berta.- ¿O acaso aceptarías un perro verde jade, un toro amarillo cromo o un potro azul cobalto?
Siempre aprovechaba para mostrar sus inverosímiles conocimientos sobre todo. Acumulados con la paciente y compulsiva compra de fascículos coleccionables de monedas del mundo, dedales holandeses, armas de la I Guerra Mundial y también de la II, bordado español y bolillos, origami y pastelería alemana.
Hasta uno de gatos y perros tenía, pero no halló respuesta.
No la había.
Era simplemente un gato rojo.
Uno que miraba con ojitos de gato de almanaque, pero rojo.
Que hacía “miau” para pedir leche y después de hundir su trompa en el plato, le quedaba un manchón rosa entre los bigotes y la barbilla, porque era rojo.
Cuatro patas color rojo y una lengua roja también.
Demasiado diferente.
Rojo por dentro, rojo por fuera.

Yo hoy estoy sentado acá, como todos a mí alrededor.
Veo a través de la ventana nacer y morir al día.
Estoy de gris por fuera, y también por dentro.
Pero no soy diferente como aquel rojo gato.
Soy igual .Idéntico a los demás. Sólo en algo me distingo, odio el color azul y la siesta.
Recuerdo aquella tarde, a la hora de la siesta.
Recuerdo a Berta inclinada sobre el balde azul.
Sus ojos rojos y el gato flotando.




Rompeportones.