Wednesday, April 21, 2010

MIGUEL OYARZABAL




SANGRE DE PALABRAS

No sé qué hacer con lo que escribo;
parece una galera en desorden,
o una aparición incontenible
que termina por exceder a mis ojos.
Podría olvidar,
destruir,
arrancarme las lapiceras de las manos,
pero volverían a aparecer
como los conejitos de Cortázar.
La única salida;
aferrarme a los renglones
y respirar a todo lo ancho de mí,
para meterle palabras a mi sangre.




A CADA UNA DE LAS LÁMPARAS

Debo el poema a las lámparas
tal vez para otro libro
o para nunca.
Sí, es cierto que me fueron fieles desde el primer lápiz,
desde la pluma cucharita y el tintero involcable,
que las descubrí en la adolescencia,
que las hice mías cuando todavía era muy joven,
que las traje al sur
para velar saudades de mapa arriba:
Pero aún ignoro de dónde vienen,
Cómo funcionan, por qué.
Creo que se parecen al sol de las cinco de la tarde
como el que se quedaba apoyado en el tapial de mi infancia,
o al de las nueve de la mañana pintandome el desayuno.
Siempre caen inclinadas en la parte más cálida de la mesa
Dejando ver claramente los trazos, las palabras, las torpezas.
Son las muletas justas
para que el ojo rengo deambule por la hoja sin caerse
y cuando la mirada se pone en blanco ignorando el papel,
se convierten en el escenario donde los dioses bailan
y sentencian a la mano a escribir cien veces me duele.
Creo que también alumbran como las lunas de la medianoche,
cantando sin alzar la voz
para que sea yo el que baila con los recuerdos,
el que arme sus nombres con el humo del cigarrillo,
el que le ponga el costado a las historias que no fueron,
el que sangre seriamente en el final de cada verso,
el que distinga entre el poema y la niebla.
Así es que las busco cuando prescribe el día
y las empuño como un timón,
como la brújula que me guía.
Hasta que por la ventana vuelva a aparecer el horizonte.




ENTRE SUEÑOS Y VEREDAS

Soy
el que asumido a veces
deriva por las calles;
que se ausenta de la mesa con alas imposibles y regresa
planeando en los sonidos;
que acude a la memoria para sostenerse.
Soy
el hipermétrope desesperado
que deambula
entre sueños y veredas




AL COSTADO

Apenas si me ha sido dado el lado izquierdo de las cosas;
Para decir la verdad,
sólo distingo los costados izquierdos.
A menudo suelo encallar añorando gestos en contraluz.
Puertas, pisadas y alguna calle conocida.
Al quedarme solo frente a la herrumbre de los sueños,
También pierdo la voz.
Cuando la mirada no puede abandonar a su propia bruma
y más aún,
donde el otro cruza demasiado rápido
por el lado derecho de la angustia,
los brazos se caen y las manos se vuelven huérfanas.
Entonces, con todo eso a la espalda y sin poder hablar,
continúo recluyéndome en el margen
y vago, por el costado izquierdo de la vida



SIESTA

En la sala de espera
una poesía duerme la siesta.
Al amparo de los paraísos la estación está a salvo;
el paisaje local,
descansa recostado contra las lomas del oeste;
el aire, cuidadoso,
se guarda de no incomodar al silencio
y deja a las nubes donde están;
sólo algún perro taciturno
se atreve a cambiar de lugar de vez en cuando.

El carguero ahoy no viene
y el rápido no pasará hasta después de la cena;
así que el cambista
desde su condición de cambista
duerme la siesta,
el guardabarreras se siente guardabarreras
y duerme la siesta,
el jefe se sabe jefe
y tranquilo duerme la siesta,
y el poeta del pueblo
seguro de haber escrito a la poesía definitivamente,
también duerme su siesta a tragos largos.
Pero yo,
que soy el otro costado de la poesía,
ni siquiera puedo simular el sueño:
saco a la tarde de la tarde y tomo por asalto el andén,
desato la campana que está junto a la boletería
y a badajazos limpios
rompo las ventanas,
doy vuelta los bancos de la sala para que no queden dudas,
despierto a la poesía que sueña con ser despertada
y me voy con ella de la mano por la vía,
que no está muerta



BOMBARDEO DEL VINO

Nada más cruel que la tarde,
cuando como un martillo cae en el domingo
y no en el Lunes y o el Jueves,
por decir un día cualquiera.
Nada más pesado que el sol golpeando el horizonte,
la soledad apretándome los huesos y la sangre.
Uno se sabe marcado como un naipe,
destinado a perder y no estallar,
a empantanarse en su propia huella.
Se deja bombardear por el vino,
para que el pasado con su cuota de dulzura
retorne, al menos por un rato



EL FONDO DE LA NOCHE

Cómo no navegar hasta el fondo de la noche
playa de acantilados ambiguos
y mareas de límites dudosos
donde los relojes se detienen
o simplemente ya no importan.
Cómo no dejarme ser, al garete,
cuando es el horizonte preciso
para igualar los sueños de los chicos de la calle
con los sueños de todos los chicos.
Cómo no recalar en la hondura de la madrugada
si lo habitan el asma de las prostitutas y la verdadera poesía,
porque se puede hacer el amor
o escribir por oficio,
pero cuando está a punto de descolgarse el alba
y mientras ellas, las putas, las palabras,
arañan los sueños que no alcanzan,
la sangre desborda el costado izquierdo del alma,
y hecha poema,
dice al hombre que le duele.



PEQUEÑOS PÁJAROS NOCTURNOS

a Mauricio Minor

Son los verdaderos gorriones de la noche.
Todos dicen la misma canción,
breve,
pero cada uno a su manera.
Salen de los diarios en bandadas,
como si algo oscuro los persiguiera.
Vuelan por las veredas y las calles,
gritando y gritándose
y se desparraman
como queriendo peinar a la ciudad entera.
caen en picada sobre los automóviles,
los bares,
los desprevenidos visitantes de la madrugada.
Sólo saben,
que ahora es vender diarios,
más tarde y quizás
la escuela;
después lustrar zapatos,
o deambular buscando el nido,
hasta que el sol
deje de molestarlos
y puedan volver a soñar.
Desde su condición de pájaros.




EFECTOS NOCIVOS DE LA MUDANZA

Emigrar una vez más;
fue soltar los vientos que creí definitivos,
emitir un grito inaudible pero que todos entienden;
fatiga en la respiración, sin excusas
y el latido de los amigos ganados, abarcando el pecho;
finalmente
y agotadas las pilas de la mirada,
asirme nuevamente a las valijas.
Luego,
confuso revoltijo de pensamientos, huesos y bártulos,
turbia despedida de la voz por la ventanilla
y una compleja truca de recuerdos que vuelca los ojos hacia adentro.
Emigrar una vez más;
darme de bruces contra el paisaje,
aprender otras calles con los mismos nombres,
como las caras
y vencer el hastío que hoy me invade;
con su geografía ciudadana
y mi suerte junto a los semáforos,
que es la suerte de nadie.
Emigrar una vez más;
es buscar la mesa donde recalar,
el cajón para los sueños,
las otras manos para las mías
y dejar, simplemente,
que vuelvan a crecer los dedos,
un intento más de aferrarme a los hombres.