Wednesday, September 29, 2010

NICANOR PARRA


Cartas a una desconocida

Cuando pasen los años, cuando pasen
los años y el aire haya cavado un foso
entre tu alma y la mía; cuando pasen los años
y yo sólo sea un hombre que amó,
un ser que se detuvo un instante frente a tus labios,
un pobre hombre cansado de andar por los jardines,
¿dónde estarás tú? ¡Dónde
estarás, oh hija de mis besos!

Agnus Dei

Horizonte de tierra
astros de tierra
Lágrimas y sollozos reprimidos
Boca que escupe tierra
dientes blandos
Cuerpo que no es más que un saco de tierra
Tierra con tierra -tierra con lombrices.
Alma inmortal-espíritu de tierra.

Cordero de dios que lavas los pecados del mundo
Dime cuántas manzanas hay en el paraíso terrenal.
Cordero de dios que lavas los pecados del mundo
Hazme el favor de decirme la hora.

Cordero de dios que lavas los pecados del mundo
Dame tu lana para hacerme un sweater.

Cordero de dios que lavas los pecados del mundo
Déjanos fornicar tranquilamente:
No te inmiscuyas en ese momento sagrado.

Cambios de nombre

A los amantes de las bellas letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es ésta :
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
¿ Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol ?
¡ Pido que se llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas !

¿ Mis zapatos parecen ataúdes ?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre :
Desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera :
Ese es un problema personal.



La doncella y la muerte

Una doncella rubia se enamora
De un caballero que parece la muerte.

La doncella lo llama por teléfono
Pero él no se da por aludido.

Andan por unos cerros
Llenos de lagartijas de colores.

La doncella sonríe
Pero la calavera no ve nada.

Llegan a una cabaña de madera,
La doncella se tiende en un sofá
La calavera mira de reojo.

La doncella le ofrece una manzana
Pero la calavera la rechaza,
Hace como que lee una revista.

La doncella rolliza
Toma una flor que hay en un florero
Y se la arroja a boca de jarro.

Todavía la muerte no responde.

Viendo que nada le da resultado
La doncella terrible
Quema todas sus naves de una vez:
Se desnuda delante del espejo,
Pero la muerte sigue imperturbable.

Ella sigue moviendo las caderas
Hasta que el caballero la posee.

Último brindis

Lo queramos o no
sólo tenemos tres alternativas:
el ayer, el presente y el mañana.

Y ni siquiera tres
porque como dice el filósofo
el ayer es ayer
nos pertenece sólo en el recuerdo:
a la rosa que ya se deshojó
no se le puede sacar otro pétalo.

Las cartas por jugar
son solamente dos:
el presente y el día de mañana.

Y ni siquiera dos
porque es un hecho bien establecido
que el presente no existe
sino en la medida en que se hace pasado
y ya pasó...
como la juventud.

En resumidas cuentas
sólo nos va quedando el mañana:
yo levanto mi copa
por ese día que no llega nunca
pero que es lo único
de lo que realmente disponemos.

Wednesday, September 22, 2010

JULIA MAGISTRATTI


1

No sabe que está muerta,
sin mirada donde ir a parar;
atravesada por
la arruga mayor
con que se ha desvestido su cara.

La muerte es doble:
en una parte huele
y en la otra crece.

La muerta se sofoca
se apabulla
como un ladrón de frutas,
se desagua.

Y el cuerpo que no puede quedarse.

La muerta ahora nace
atraviesa el huevo
que ha madurado en tierra.

Lo primero que ve
son fondos de casas,
objetos vistos desde atrás.

33

Lenta de venir
del patio con las sábanas secas,
la toalla enredada en el cuello
y esa manera de llamarme
sin manos, con la cara,
me obliga
a deberle las llaves de mi casa,
el botón de la camisa, la fruta sin límites.
Porque siempre es de día en los recuerdos
tendré que llamar a mi abuela
para que se haga la noche;
ahora que ella está jugando
con sus plantas blancas
en un universo amarillo.




35 (El huérfano)

Donde hay aroma a eucaliptus están las madres muertas,
pensando.
Perfuman tus cosas calladas y sacuden de sus manteles
migas y alimentos invisibles
sobre tu caliente cabeza.
No puedes decir aquí.
Los lugares son los pensamientos de la madre.
Antes de tu nacimiento, los marcó con sus deseos
buenos y sus deseos malos
por eso, en algunas tardes, es feroz la llovizna.
Sobre un caballo pintado miraste por primera vez
la soledad de las madres.
Tan lejanas.
Te habían dejado girando.
Y ahora, que ya no las ves al pie del eje del mundo,
a veces bajas
te miras la sortija en la mano
y te quedas para siempre sin vejez.




39

Cuando dije “no paso más por esa puerta”,
tendría que haber dicho: allí ha quedado una caída,
no el objeto,
una caída.
Pero siempre es mejor así
no atravesar ciertas puertas
que dan hacia una noche que fue dormida
por los difuntos.
Es mejor así, entregar a un desconocido las llaves
y desaparecer bajo una luz de campos,
bajar escaleras, pasar adentro de ventanillas de trenes;
cuando llega la hora de la hoguera en la mente de los muertos.
Escapar, antes que te busquen ellos
con su ojo despierto,
antes que te vean, te alcancen, te quieran,
con su calor de ausentes sobre los asientos, en los leños de tu chimenea,
en las maderas de tu cama.
Cuando dijiste “ por esa puerta no pasaré jamás”
debías haber dicho: este final de familia, un juego de sillas.

41

El jardín de la casa de mi abuela se está yendo.
Encierra, y no deja salir,
lejanos insectívoros motores.

Miro y soy la que más está.

También la que más está es una enredadera
que se derramó sobre el níspero.

Toda vez que es níspero
debería haber resuelto
humedad, rueda, semilla;
pero crece la piedra vegetal
sacudida y sola
en medio del mundo de la rama
y el mundo que es lejos
cuando el níspero aparece.

De igual modo, la niña que no sabe que tiene corazón
truena, hace viento
se enjuaga de la tierra
ojos colorados,
traga universo que hace perfumes,
tiene dolores blancos,
arenosos, que la hacen más suave,
siempre a punto de dar por terminada la tarde.

Es la que más está.

El tiempo pasa y pasa y se lleva todo.

Tal vez la vida sea esto:
ir olvidando jardines.


María Julia Magistratti nació en 1976 en Azul, provincia de Buenos AirNotaes, República Argentina.
Egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires.
Libros publicados: Alasitas (ediciones Honorarte, Buenos Aires, 2004) y EA (ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2007)
Con el libro Alasitas ganó el Primer Premio Concurso Internacional de Poesía Letras de Oro 2003 de la Fundación Honorarte.
Blog: http://veniaca.blogspot.com/

Wednesday, September 01, 2010

EL CEMENTERIO PATAGÓNICO, RAUL GONZALEZ TUÑON


EL CEMENTERIO PATAGÓNICO

A veces el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre quillangos.
Marcha de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores, entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
Entre canallas enriquecidos con la sangre de los desgraciados.
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas.
Oh, trashumante.
Las prostitutas de los climas sureros lo siguen, alucinadas.
Todas las prostitutas -en su mayoría pelirrojas- lo siguen.
Él, el viento cazador, continúa su marcha
Y v a perderse hacia quién sabe qué archipiélago,
Hacia quién sabe qué cinematógrafo,
Hacia quién sabe qué enloquecida alcantarilla.

A veces, nuevo avatar, el viento patagónico es una sirena del aire.
En los hangares de las madrugadas atrae a los aviadores.
Los pequeños mecánicos comprueban con júbilo
La velocidad del viento a ras de tierra
y cuando arriba el altímetro señala una capa favorable de aire
La sirena los lleva en su canto,
la terrible sirena los lleva con sus canto de brumas, y lloviznas y nieve,
y ellos van a estrellarse
sobre enormes malolientes colonias de elefantes y lobos marinos,
sobre plantas de petróleo, sobre columnas de asustados guanacos,
sobre los rojos galpones de las curtidas villas del Sur.

Cazador o sirena el viento manda en la Patagonia.
Cazador o sirena se detiene en el corazón de la Patagonia.
Él, cazador o sirena,
camarada de los auténticos trabajadores de la Patagonia, se detiene
y va a rendir a la ceniza de los obreros asesinados por el Gobierno,
un homenaje de silencio cargado de tormenta. Oh trashumante.

En Santa Cruz, entre el mar y los montes
yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas fusilados.
Unos mal enterrados, en la fosa abierta por ellos,
asoman la punta del zapato con tierra y lagartijas.
Otros, enterrados vivos quizá.
una mano de hueso implorante picoteada por los cuervos.
Y no es extraño ver a lo largo del camino
restos de otros,
curioso contenido de la intemmperie.
Las caravanas de los desposeídos de la tierra, las largas filas de linyeras forzados,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la tierra
en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí, donde, oasis del viento patagónico, la tierra estéril lanza sus perros amarillos.
Allí, donde la aullante tierra reseca desafía las nubes,
viajeras de tres cielos.
Allí, donde las brújulas de los barcos perdidos, ya fantasmas,
señalan contra las costas, al fin, el rumbo de una próxima venganza.

Y es inútil, tuertos, sin pierna, todos los marineros han partido.
Todos los petroleros ha partido
y las calderas pueden estallar a la salida del gran golfo.
Todas las prostitutas han partido detrás del viento cazador.
Todos los aviadores de línea han despegado
y van detrás de la sirena viento.
Los peones del campo, las hormigas del cuero, el frigorífico y la lana han partido.
Y los recaudadores de Tierras y Colonias han partido.
Y ellos quedaron solos ente el mar y los montes
y ellos quedaron solos sin nombres y sin cruces
y ellos quedaron solos con las blusas agujereadas
y con lo agujeros de la carne sin carne.
Únicamente el viento cazador o sirena, adormece dulcemente su muerte.
Adormece delicadamente su putrefacta muerte, esa útil muerte.
Ese violento arroyo de ceniza
Que subterráneamente ha de desembocar en la revuelta
Y en cuyas aguas, grises y calientes, mi voz templa un acero
conocido.