Tuesday, October 10, 2006
Texto de Vicente Zito Lema
Dramaturgo,Poeta, ex-director de las revistas Crisis, Fin de Siglo, y La Maga.
Militante inclaudicable, y gran amigo nuestro.
Vicente,como tantos otros, se tuvo que exiliar durante la dictadura genocida Argentina.
Hoy por suerte lo podemos encontrar en Buenos Aires, a menudo en espacios culturales independientes, en frentes de resistencia, junto a los companeros-trabajadores- desocupados o en hospitales de salud mental(como el Borda)laburando con los locos,generando para ellos,con ellos, espacios de cultura e integracion.
con ustedes Vicente..
El espejo roto
1.
Al erguir sobre una misma montaña los fantasmas del exilio y de la muerte, los antiguos griegos dieron cuenta de una refinada crueldad. Más todavía, de su devota visión teatral de la criatura humana, movida sin pausas, al antojo del viento del destino. Que el condenado optara entre el naufragio de su alma en la lejanía no buscada, y como tal irredenta, o la entrega del cuerpo al tan ávido como demoledor pico de las aves de carroña.
2.
Conocí el exilio, doy fe que el alma en su dolor se estremece, y su música es un violín de lata bajo un cielo siempre en nieblas que decae. Soy testigo: el cuerpo se aleja del alma, a quien diera refugio, y vaga en una soledad sin tiempo ni huellas.
La única estrategia del sobreviviente es el delirio continuo de reconstruir el paraíso perdido. La sed nunca saciada es una llaga. A ese madero en llamas me aferré con uñas y dientes. Viví para contarlo. Mis palabras son las marcas de una pobre hazaña.
3.
El escenario donde prosigo es un país del confín en ruinas. Tierras bajo las aguas, agónicas, cada vez más turbias...
Materia que abunda: el excremento.
Olor que persiste: vómitos del desamparo.
Color que reina: amarillo de la peste y el marrón piel de ratas del engaño, aún a coro. Ciénaga. Piélagos...
Estado de ánimo: sobrecogido ante el horror de estos días. He visto como la muerte devora las últimas carnes del hambriento. (¡Oh, niños, esos ojos...!)
¿Cómo estamos por casa? Aterido en la lluvia. Extenuado. La lluvia es un acero que me golpea en la nuca.
Lo denuncio: ¡Me han robado el delirio de mi paraíso perdido!
¿La impunidad es anterior a la conciencia, o es el fruto venenoso y postrero de quien subido al cadáver ajeno se siente impune?
No más preguntas ante la eternidad: los muertos están solos y desnudos.
Apenas besaré una sombra...
4.
¿Podemos hablar de un cristal que estalla en nuestras manos?
¿Qué fue de la verdad amorosa en esos labios dulces que no podían mentir porque los hijos perdidos en el tiempo más amargo eran los ojos y los oídos y la alegría del cielo sin mácula que se quiso construir sobre la tierra, sin mácula...
Yo escucho ahora de esos mismos labios la realidad fingida, opaca... O peor todavía: el grito oscuro, sin misericordia, que profana un gran sueño, sin misericordia...
¿Dónde está la armonía de aquella voz creída como luz en las orillas...?
¿Habrá que proteger la historia con usuras del alma, aunque aquella voz creída no brille más...?
5.
Esas hojas, como un primor de adioses cruzan el aire. Y después, sentado frente a la ventana que da al pequeño jardín que abunda en sombras, pero no agota el verdor de las plantas que te dejó tu madre, fijas la atención en los gatos que ronronean sobre la mesa, y tu escuchas, como si fueran palabras del amado Nietszche, o del amado Artaud; allí, en ese instante, tan frágil que hiere, como un rocío, te abres al recuerdo de amargas sentencias:
"Hacéte amigo del juez"...
"Del árbol caído buena es la leña"...
La saña de lo real es tan vulgar que te duele sin consuelo...
Nunca saciado, insistes en tu manía en preguntar a viva voz lo que de antaño supiste en secreto...
¿Por qué aquellos que te abrazaron junto a las fogatas, en la inhóspita mar que acechaba en sus bajeles, disputan hoy a boca de perro quién te causa la mejor herida...?
¿Ha sido la inocencia la cuna de tus pecados?
¿O sólo fue la arrogancia del poeta que abre todas las puertas convencido – locamente convencido – que desde los escondrijos de la verdad asoma en puntas de pies la belleza...
¿Es esa belleza sin tapujos... es esa verdad como la rosa revolcada en el chiquero lo que te aterra...?
Y a la hora de rendir cuentas, qué me dices de tu alma: ¿habrás cuidado las plantas de tu madre lo suficiente...?
6.
Hay lenguas de lo perverso; hay silencios sumisos, susurros sinuosos, y medio tonos eficaces como dagas...
El barco había encallado y el espejo estaba roto para mí; ya no tendría dónde mirar para encontrar las sombras de mi paraíso perdido... La historia tocaba fin.
Así navegaba yo los ríos de mis sentimientos en estos días en que volví a los Países Bajos de mi exilio. (Veinte años después; no es nada, me dije, entre músicas de infancia, sólo los amores, las heridas...)
Otra vez los canales en círculos de Amsterdam y sus aguas ateridas para el chapoteo de los patos de pecho azul; otra vez los bares marrones de inauditas maderas y tufo de cerveza; y las cien ferias de quesos y pescados que se comen crudos con cebolla. Otra vez las cien lenguas cruzadas con beatífica armonía en el delirio de Central Station o bajo la fina lluvia en el Nieuwmarkt. (a pocos pasos mi hija Aimée, la que nació en la Calle del Arbol, pinta y siente que la belleza del mundo se inicia en ese día, y vende helados en Toffani y gana para su comida). Otra vez mis diálogos secretos con las muchachas eternas de Vermeer en el Rijksmuseum, o mis secretos poemas para las muchachas desnudas en las vidrieras sin flores del barrio rojo; otra vez los pobres sin misterio para la pobreza, que comen papas y huelen a papas en la casa de Van Gogh...
Todo parecía igual. Nada era igual. Mi alma no sonaba junto a las campanadas del Oude Kerk.
Ya no me perseguía la muerte con la cuchilla de la dictadura. El nuevo enemigo era sutil en su crueldad y como una sombra profunda se metía en mi cama por la noche y hasta en mis sueños de la vigilia. Era una tristeza envuelta en sábanas de hielo. Una sensación horrible, por áspera y opaca, que perforaba los labios hasta inundar de aire amargo la garganta. Era la derrota de una ilusión, un paraíso perdido que se deshacía sin deseo como migas de pan entre las aguas altas.
7.
Me desperté con el cansancio que nos deja haber vivido un sueño profundo. Sin dejar la cama escribí el poema del sueño, lo necesitaba para calmar la angustia de un conocimiento: pronto sería una sombra más persiguiendo la vida, en reclamo del desprecio de una ilusión.
Días más tarde estaba vestido de negro sobre el escenario de la biblioteca de Rótterdam. Leí mis poemas de antes y de ahora frente a mis viejos compañeros del exilio, los que habían echado raíces en las tierras exultantes de lirios de los Países Bajos, y sentí el desgarro por mi hija que se quedaba allí, buscando la belleza, pero también tuve una percepción profunda que me calmó: debía volver a mis tierras inundadas, ahogadas en el saqueo, aunque estuviera roto, sin reparo, el espejo de aquellas mujeres dolientes donde yo me había mirado en anhelo de la verdad. Sabiendo también que aunque ya no me devolvieran la imagen de esa verdad, seguiría amando el relato de sus años inocentes.
Los muertos no tienen dueños. Apenas soledad en el cementerio de la memoria, me dije, y pensé en Rodolfo y en su carta, antes que lo secuestraran, contándonos la muerte de su hija Victoria.
Al día siguiente tomé el avión a Buenos Aires. Mi hija Aimée me despidió en el aeropuerto de Schiphol. Una foto amarillenta de cuando era muy pequeña y yo la sostenía en brazos, la había convertido en el centro de un cuadro que resplandecía en la armonía de sus dorados. Fue su presencia que arrimó a mi alma con delicadeza y dijo: los veré en el verano. Sus palabras tuvieron el mismo aire que estremece las cañas de bambú.
8.
La tormenta que sacudió el avión no perturbó mi sueño.
Bajé medio dormido. Había llovido en Buenos Aires y una neblina de plata hacía flotar los árboles en el camino a casa.
Escribí con letra temblorosa por la impaciencia en el dorso de mi pasaje:
¿Sabían los antiguos griegos que entre las sombras del exilio nacen ramilletes de luz...?
¿Sabía yo que desde el estupor ante la vida la inocencia nos inicia en la precaria felicidad humana?
¿Habrá que tener piadoso olvido por el que nos hiere, cuando no tiene conciencia que nos hirió...?
¿Desde los árboles del paraíso perdido, quién me habló del corazón desnudo...?
9.
Rodeado de sombras, ante el anuncio de mi propia sombra que me persigue, admito que menguan mis deseos para construir otra vez el paraíso perdido. Y sin embargo anoche en un sueño, una niña se plantó frente a la mesa donde escribo. No tenía carnes, solo huesos, mendrugos de huesos. Me tomó de la mano y me introdujo en una caverna. Los perros mastines se abalanzaron sobre nosotros, sentí que me desgarraban. En mi desesperación subí a la niña sobre mi espalda. Di un último aliento a mi cuerpo ya torpe y maltratado en las derrotas, y me animé a mirar la frágil luz que titilaba en el fondo de la caverna. Los perros se quedaron con algo más de mi cuerpo, pero igual caminé hacia la estrella. Sentí que la niña se reía.
Buenos Aires / Amsterdam. Mayo de 2003
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