Thursday, July 17, 2008
SALVADOR "LOLE" GARCIA
Lole es escritor, fotografo, antropologo y sobre todo un gran amigo para todos quienes lo conocemos, naciò en Argentina pero viviò la mayor parte de su vida en Nicaragua, pais al que arribaron sus padres luego del exilio del 76.
Volviò a Argentina en los noventa, se quedò unos años, formò parte de la agrupaciòn H.I.J.O.S,donde muchos de nosotros lo conocimos, y finalmente decidiò retornar a Centroamerica.
Aquì presentamos algunos de sus textos...(lole, mandanos mas!!)
Nada sino el cincel de tu soberbia
labro esta lápida en la que dormimos
nuestra muerte, un hecho ya
sin pretensiones ni testigos que se duele
de un olvido molesto que no
nos nombra y no nos deja
nada sino el pincel de mi silencio
pudo sacarle colores y vaciar el cuadro
de lo que alguna vez fuimos,
siempre una pareja inhóspita
pactando las dimensiones
eclipsando los significados
toque de queda en mi corazón
tu nombre fue asesinado frente a mi puerta
...
Y un cuento...
Javier y sus razones
Javier recuerda el día exacto en que apareció aquel extraño signo que lo perseguiría el resto de su vida. Era un domingo de enero, de esos que en Lima empujan a la barrida rumbo al mar, las piscinas municipales o al menos, entre los amantes del alcohol, (club de cual formaría parte más adelante) al bar de siempre. Es justo anotar que nunca tuvo una inclinación por subir a los árboles, ni por buscar insectos entre las plantas, pero por alguna razón que solo él y su infancia conocen, le gustaba estar en el pequeño patio explorando los pasajes entre la imaginación y los descubrimientos de su cuerpo o las cosas viejas que su madre apilaba en un rincón, al que llamaba bodega. Ese día, luego de estudiar una a una las fotos de su libro preferido -un viejo atlas regalo del abuelo- salió de su cuarto, atravesó corriendo el pasillo, dobló por la cocina y se detuvo bajo el sol de un cielo intermitentemente nublado. Sus hermanos que ya estaban jugando en el patio lo invitaron a participar. Leyes de la física, funciones del reino vegetal o pura mala suerte, nunca lo sabremos, lo cierto es que antes que Javier pudiera contestar que si o que no, le cayó un aguacate en la cabeza. Todos se rieron. Lo peor y lo mejor (esto se verá más adelante) es que no sería el único ni el último aguacate en viaje hacia un golpe inevitable. De ahí en más, el fruto aparecería cada dos por tres.
La infancia transcurrió entre los viajes desde su libro, el rigor de las escuelas sobrias y las observaciones de la casa, siempre tan cambiante, entre adornos nuevos y personas extrañas que aparecían con cara de familia y que pasaban a formar parte de los relatos fantásticos que luego se contaban en alguna habitación abandonada, a la hora de las siestas obligadas. Mientras tanto, en cualquier lugar y sin previo aviso los aguacates seguía cayendo, bajo la mirada ya acostumbrada de todos e incluso de él mismo. De alguna manera fue aceptando con resignación y curiosidad su suerte que, con los años iría teniendo nuevos matices.
A la edad de trece, la cosa empezó a preocuparle. Un día cuando estaba leyendo en el parque y sintió el impacto tan conocido. Miró la fruta de un verde brillante a menos de un metro de distancia y trató de escupirla sin éxito. El viento que soplaba fuerte, se llevó la saliva aun más lejos. Volvió a la lectura hasta que un párrafo más adelante recordó que ahí no había árboles de aguacate, por lo cual evidentemente alguien se lo había tirado, pero quién, sí allí solo estaba él y una pareja de viejitos, en la esquina donde vendían helados, lejos de su banco.
Una semana más tarde, le cayó otro mientras se bañaba y dos días más tarde, otro mientras dormía, con lo cual entendió que su relación con aquel globito verde era tan especial que, no necesitaba siquiera de una rama sobre su cabeza. Recordó que su padre había dicho que la adolescencia trae cambios importantes y atribuyó lo sucedido a leyes de la biología de las que nadie hablaba como si las relaciones entre la pubertad y el mundo vegetal fuesen un tabú. Con un valor desconocido decidió que si uno aprende a dominar el pelo, la vergüenza y la puntería, podría aprender a dominar esa rara costumbre con lo cual al cabo de varios meses, mientras muchos chicos repetían trabalenguas complicadísimos o exhibían sus trucos con la bicicleta, Javier se limitaba a preguntar ¿quieren ver como me cae un aguacate en la cabeza, ha, quieren ver?, y ante la mirada desafiante de un público improvisado, aparecía de la nada ese regalo ovalado, motivo del asombro en sus amigos y por qué no decirlo, de las primeras miradas sexuales, imposibles de explicar, en aquellas mujeres que empezaban también a dominar el arte de la invitación y el rechazo, tantas veces confundidos.
Y los ejemplos siguen. En un examen de geografía el golpe de un aguacate le acercó el nombre del río que tenía en la punta de la lengua. Otro aguacate le sirvió para ahuyentar a un perro rabioso. En un viaje al mar con unos amigos, les robaron toda la plata que llevaban encima, con lo cual tuvieron que vender una gran cantidad de aguacates para sumar los pasajes de vuelta. Incluso el amor y sus consecuencias, se vieron beneficiados cuando en una oportunidad, al encontrase con Julia, su amor posiblemente imposible, un aguacatazo de los que no esperaba, le dio el valor para arriesgar un beso y ganarse la indiferencia eterna de aquella mujer y con ello, las más diversas sensaciones de dolor que le permitieron debutar en el oficio de la escritura.
Ya Javier creció, cambió de gustos y de países. Muchas cosas de su pasado fueron quedando atrás en una memoria silenciada, también los aguacates. Leyes de la sociología diría su padre. Así, mutó por gustos y países, ahora maneja un auto, tiene canas, cocina, lee en ingles y sabe decir te extraño. Trabaja con su hermano en un negocio de Internet donde él maneja una computadora de las viejas, esas donde aparecen las letras en verde. El dice que se usan para programar, pero para mi que es pura nostalgia por el color, pobre. Quizás por eso, ahora que se va a casar, me llamó la atención no encontrar en la lista de regalos la opción, aguacate. Cada cronopio con sus famas y sus esperanzas.
...
Para algunos peces el cielo ha de ser un misterio,
para algunos pájaros el mar una utopía
esa húmeda frontera
aquel exceso de libertad
el agua que te lleva
el viento que te mueve
conocer ambos mundos se paga con dolor,
la velocidad como el coraje tiene su precio,
y el corazón torpe lo sabe, pero qué más da,
si el viento nos seca y el agua nos ahoga
en el otro lado estamos nosotros pero al revés,
el pez vuela por tres segundos, el pájaro nada por un instante,
son tres segundos, quizás cuatro,
pero la vida no vuelve a ser la misma,
lo que se vio arriba y abajo para cada uno
quedó tatuado en esa pequeña pupila,
así el cielo crece,
así el mar se agranda
ellos dicen que en el cielo hay peces exiliados
ellos juran que en el mar hay pájaros presos.
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