Monday, July 19, 2010

CLAUDIA MASIN


Resistencia

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.
Montañas de utilería para que cuando llueva,
el río, en su crecida, no invada nuestras casas
y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución
de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener
al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia
Tenemos para qué levantarnos cada mañana:
Quien tiene a qué temer ya no está solo.

Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia
amarillas. Nos sentimos impermeables
cuando caminamos por las calles, cómplices
como sobrevivientes de un desastre secreto.
Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches.
Los chicos soñábamos con la amistad del agua,
salir descalzos a la invasión, cada gota
un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos
tras las trincheras, cristales dibujados al vapor
como nuestros nombres. Casa de agua.
¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.
Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,
una miniatura olvidada en un estante.

Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría
Animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.
Por la música que despedía de sí al ser dichas.
¿No es más importante preservar la belleza que la especie?
Zarparía en silencio hasta que la tierra
Se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.
¿Noé sabría de su audacia al huir? Soldado que huye
sirve para huir de la próxima batalla.

¿Y sí escribir no fuera temblar en la tormenta sino
-a lo sumo- presumir bajo el alero?
¿Y si la crecida de las aguas no existiera?
Un mito. La fundación del algo. De una ciudad: Resistencia.
Construida para ofrecerse en un ataque imaginario,
a una corriente asesina que no existe. Acuario seco
en que los peces sofocados resistimos
hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto
que en las guerras se venciera por un arte sutil
de Resistencia.

París,Texas
(Basado en el film de Wim Wenders)

Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.


Sin techo ni ley

¿Dejan rastro los pasos en la nieve, te es posible seguirme
a partir de ese rastro? La soledad se impregna
en cada cuerpo que toco, como la piel toma el sabor
de la sal al contacto con el agua del mar. No sabría
con qué palabras contarte la calma que alcanza una mirada
que no desea nada en lo mirado, o apenas
algo de calor, un fuego encendido con los pocos leños
reunidos a lo largo del camino. ¿Cómo hablarte
de cada noche que paso sin ansiar que amanezca,
sin ansiar esa larga sucesión de mañanas desprendiéndose
de ésa
que ya no espero? ¿Cómo soporto la noche, entonces?
—preguntarías— ¿con qué excusa o qué fuerza?
Te diría: un esquimal soporta la presencia
material del silencio porque cierra los ojos e imagina
la música de las olas al rozar la arena en una playa desierta
retirándose y volviendo para sonar, una y otra vez,
como una orquesta.


El regreso

¿Qué trae el padre de su largo recorrido por los campos
amplios y planos como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido en la mano tanto tiempo
que conociera sus exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin tropezarse a cada paso?
¿Qué mirada capturó de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir, ya está perdido
lo que quedaba, lo que había de más.
¿Madre, por qué no dejarme salir a los caminos, entonces?
Si no hay nada que él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de nosotros ahora,
si es, y siempre fue mentira que de los baúles sacaba
objetos maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas brillantes como una moneda al sol? ¿Si es mentira también
que con sólo raspar un carboncito contra su pecho creaba el fuego
que iluminaba la superficie curva de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de otra planta? Dame la libertad, entonces
para soltarme de esta atadura que no ata a nada,
que yo de todos modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser niños una vez, una vez sola,
para poder ir tomados de la mano de él,
de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas,
no hubo padre ni habrá.

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Es psicoanalista y escritora.
Vive desde 1990 en Buenos Aires.
Publicó los libros de poesía "Bizarría", "Geología", "la vista", "El secreto (antología 1997-2007)" y "Abrigo". Su libro “la vista” obtuvo el Premio Casa de América de España en 2002 y fue editado por Visor. En el curso de este año se publicará su nuevo libro de poemas “La plenitud”
Textos suyos han sido traducidos al francés y al portugués, y publicados en diversas antologías de Argentina y el exterior. Ha creado y coordinado, junto a artistas de diversas disciplinas, ciclos de poesía como "El pez que habla" y "La musik”. Coordina talleres de escritura desde 1998.

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